Entre dormido y despierto, Gripp murmuraba: Genevieve. Genevieve. Oh, Genevieve, dulce Genevieve, cantó suavemente, los años vendrán, los años se irán, pero Genevieve, dulce Genevieve... Tenía una sensación de calor. Oía aún la voz fresca y dulce que susurraba, cantando: ¡Hola, oh hola! ¡Walter! No es una grabación. ¿Dónde estás, Walter? ¿Dónde estás? Suspiró y alargó una mano hacia Genevieve a la luz de la luna. Los largos y oscuros cabellos flotaban en el viento. Eran muy hermosos. Y los labios, como rojas pastillas de menta. Y las mejillas, como rosas recién cortadas. Y el cuerpo, como una neblina clara y suave. Y la tibia y dulce voz le cantaba una vez más la vieja y triste canción: Oh, Genevieve, dulce Genevieve, los años vendrán, los años se irán...
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