Cronicas marcinas, por Ana Bélica Gutiérrez Sánchez
Los tripulantes caminaban de aquí para allá. Eran veinte; apoyaban un brazo sobre el hombro de algún otro o se ajustaban los cinturones. Spender los observaba. No estaban contentos; habían arriesgado sus vidas en una gran aventura, y ahora querían emborracharse y gritar, disparar sus armas de fuego y mostrar así qué hombres admirables eran, hombres que habían abierto un agujero en el espacio y habían venido a Marte montados todo el tiempo en un cohete.
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