—Quisiera recordar —dijo Ylla rompiendo el silencio y mirando a lo lejos, más allá de la figura de su marido, frío, erguido, de mirada amarilla. —¿Qué quisieras recordar? —preguntó el señor K bebiendo un poco de vino. —Aquella canción —respondió Ylla—, aquella dulce y hermosa canción. Cerró los ojos y tarareó algo, pero no la canción. —La he olvidado y no sé por qué. No quisiera olvidarla. Quisiera recordarla siempre. Movió las manos, como si el ritmo pudiera ayudarle a recordar la canción. Luego se recostó en su silla. —No puedo acordarme —dijo, y se echó a llorar. —¿Por qué lloras? —le preguntó su marido. —No sé, no sé, no puedo contenerme. Estoy triste y no sé por qué. Lloro y no sé por qué.
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