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Crónicas Marcianas por el profesor Miguel Ángel de León



La mujer dejó de cantar. Se llevó una mano a la garganta. Inclinó la cabeza mirando a los músicos, y comenzaron otra vez. Los músicos tocaron y la mujer cantó, y esta vez el público suspiró y se inclinó hacia delante en los asientos; unos pocos se pusieron de pie, sorprendidos, y una ráfaga helada atravesó el anfiteatro. La mujer cantaba una canción terrible y extraña. Trataba de impedir que las palabras le brotaran de la boca pero éstas eran las palabras: Avanza envuelta en belleza, como la noche de regiones sin nubes y cielos estrellados; y todo lo mejor de lo oscuro y lo brillante se une en su rostro y en sus ojos... La cantante se tapó la boca con las manos, y así permaneció unos instantes, inmóvil, perpleja. —¿Qué significan esas palabras? —preguntaron los músicos. —¿De dónde viene esa canción? —¿Qué idioma es ése? Y cuando los músicos soplaron en los cuernos dorados, la extraña melodía pasó otra vez lentamente por encima del público que ahora estaba de pie y hablaba en voz alta. —¿Qué te pasa? —se preguntaron los músicos. —¿Por qué tocabas esa música? —Y tú, ¿qué tocabas? La mujer se echó a llorar y huyó del escenario.

-Ray Bradbury

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