El sol se ponía. La casa se cerraba, como una flor gigantesca. Un viento sopló entre las columnas de cristal. En la mesa de fuego, el radiante pozo de lava plateada se llenó de burbujas. El viento movió el pelo rojizo de la señorita k y le murmuró suavemente en los oídos. La señora k se quedó mirando en silencio, con ojos amarillis, húmedos y dulces al lejano y pálido fondo del mar como si recordará algo.
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