A orillas del seco mar marciano se alzaba un pequeño pueblo blanco, silencioso y desierto. No habÃa nadie en las calles. Unas luces solitarias brillaban todo el dÃa en los edificios. Las puertas de las tiendas estaban abiertas de par en par, como si la gente hubiera salido rápidamente sin cerrar con llave. Las revistas traÃdas de la Tierra hacÃa ya un mes en el cohete plateado, aleteaban al viento, intactas, ennegreciéndose en los estantes de alambre frente a las droguerÃas.
Rey Bradbury